Hay gente que le da por tirarse al monte, y aprovecha para cumplir todos los sueños incumplidos que pueda. Otros entran en un estado catatónico. Algunos se desesperan y también hay quien sigue por la vida como si eso no fuera con ellos.
Pero siempre hay empanaos, de esos tipos a los que parece que nunca la vida les ha dado una buena leche para que espabilen. Nunca faltan y son multitud. No se por qué, pero habitualmente suelen tener color rosa (mira las gradas en un partido de rugby y podrás comprobar que, además de ver siempre un par de petacas de whisky en acción, los espectadores ¡son de color rosa!).
Pongamos, es un suponer, un escocés. En el hospital y le dicen que no llega ni al día de difuntos. Que está chungo chungo, y que lo que tiene dentro no se lo quitan ni con los escapes de Vandellós: "Vete al pub y tómate unas pintas ya, que puede ser que no llegues ni a la campana de las once menos diez". Más o menos.
Y el sujeto empieza a soplar pasta a diestro y siniestro: 1.200 euros para cada uno de sus hijos (que se la funden antes de que llegue el fin de semana); 2.500 para cada uno de los nietos (que los padres se encargan también de liquidar rápidamente); 3.700 para los amigotes (cantos regionales acompañan a los ríos de pintas de cerveza, con brindis por el futuro difunto); 8.000 para un funeral a lo grande. Hasta con lápida por adelantado.
Andrew Lees, al ver que todavía no ha probado el descanso eterno, acude al hospital de nuevo. "¡Qué no, joder, que no!. Tu lo que tienes es una obstrucción pulmonar: nada de cáncer en hígado y pulmones. Vas a estar jodido, pero por lo menos puedes seguir viendo la tele y acudiendo al pub". Y el tipo sale de la consulta mosca, muy mosca. Puede parecer que por el error médico, pero en el fondo lo que más le ha cabreado es que se ha quedado sin un penique.
Merecido se lo tiene por elegir lápidas tan horteras (y por haberles dado la pasta a los crápulas de los hijos en lugar de fumigársela él solo tan agustito, que es lo que hubiera hecho yo).
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