Lo normal es que haya tiempos buenos y malos, de abundancia y de penuria, de tempestad y de calma. También es normal que haya gobiernos mejores o peores y que, de cuando en mucho, aparezca uno excelente o pésimo. A nadie le extraña que la patronal tenga, como cualquier organización humana, gestores más o menos presentables y que, de pascuas en ramos, surja uno impresentable. Tampoco es raro que los sindicatos mayoritarios se comporten de un modo sensato y que sufran solo esporádicamente la dirección de líderes sin sentido común. Ocurre lo mismo con los partidos políticos en general, y con el principal de la oposición, en particular. O con la prensa, el poder judicial, etc.
Lo raro es lo que nos está pasando ahora: que nos toque todo lo malo a la vez. Un pésimo gobierno que nos ha llevado al abismo. Una oposición que no es copartícipe de la mendacidad y la falta de rigor del gobierno, pero sí de no haber sabido defender su criterio ni de ponerse de acuerdo para hacer entrar en juicio a un presidente desnortado; sin contar, para el caso del PP, los problemas intestinos y de corrupción. Una patronal cuyo portavoz carece de la más mínima autoridad moral y al que más le valdría dedicarse por entero —le deberían faltar minutos— a sus propios asuntos y, muy especialmente, al futuro de sus empleados. Unos sindicatos que, haciendo cuña con la misma madera ideológica del gobierno, han sido cómplices en la tasa descomunal de paro que padecemos y que, además, tuvieron la fineza de mandar en público «a su puta casa» (sic) al Presidente del Banco de España por insistir en la inevitable reforma laboral. Una prensa atrincherada y unos tribunales desacreditados.
Nos han tocado todas las papeletas. Quizá Duran i Lleida tenga razón. Quizá haya que pensar en un gobierno fuerte, de concentración, para salir de esta.
Y yo me pregunto ¿Será que lo verdaderamente malo es la sociedad que tenemos?
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